Apologético

Es el día de nuevo.
Aconsejado por sus dientes, entra en las cuencas que no ve,
y recorre caras y esquinas,
entresijos que se hinchan de orgullo y pestilencia.
Y la lengua es testigo conspicuo.
Se agazapa, se retrae, sube y, herido,
se echa en mi playa,
con las piernas abiertas,
a descansar como un polizón.
Compra un billete y empieza en primera clase.
Polizón acomodando viajeros desprevenidos
que piensan que un billete es una lengua auténtica.
En realidad es una línea blanca,
finísima, que tiene entrecortados sus caminos
y a pesar de eso,
llega a las cimas de lo que pareciera ser un sueño.
Las paredes le brillan y las ranuras,
espantosas cicatrices perladas, 
pudiera quedarse para siempre.
Las nubes como nunca se empinan y disuelven,
para que nadie se ofenda.
Las ramas de los árboles, amables,
saludan invitando a su vaivén.
Nadie reconoce al sol
emplazado en todas partes
imponiendo fronteras.

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