Lo que no cuenta la palabra

Unos papeles blancos con algunos garabatos
esperan en el sostenedor metálico.
Llevan allí varios meses.
Esperan la caricia de mi mano,
que les revuelque el orden o les ordene morir
a la manera de suponer el rumbo.
Tienen la zozobra del que busca y no pueden hablar de pasado.
Si cantan, la memoria llora,
se desangra en limosnas.
Doblados sobre sí mismos,
me hablan con una voz que no reconozco,
que los afloja,
y emiten un acorde humeante desde su celulosa monocromática hasta que la valva 
que se me abre en los ojos,
por ahí los deja,
como a cualquier papel con responsabilidad incierta.

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