Del cuadro

Fuerzas ascentrales
me incrustaron un corazón bukowskiano en un lado del pecho,
y lo pusieron a verter la agonía de Los Ángeles
y a venerar a Los Ángeles,
y a actuar sin defender al original corazón
(recuerdo aquella leyenda del curielito…
la fábula del curielito... ¿qué decía aquella fábula,
qué decía el curielito?) que como todos
tiene fuerzas desconocidas,
enigmas o florecitas que se churran al sol
y casi muere sin conocer a Los Ángeles.
Así,
unas veces cree que es y otras busca.
De nada sirven los muros indefensos,
siempre cae de rodillas,
a hincar el polvo. Bukowski grita: ¿a quién 
le puede interesar un corazón que se cierra al vivir?
Mátenlo.
Metan a ese corazón en un saco,
reúnanse todos y escúpanlo.
Entiérrenlo con un epitafio.
Mientras escriben el epitafio cerciórense que lo entierran.
Mientras lo entierran, escúpanlo.
Porque lo que se ve,
es lo que hay de historia.
Aquel curielito vive
entre espigas y laberintos.
Se desliza una lava indetenible
y las espigas siempre sombrean el fondo.
Y la sombra se aleja del laberinto.

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