Las leyendas y la paja seca

Los pliegues de la sobrecama,
miran
que me siento en la silla,
como el gestalt de este momento.
Alguien, desconocido, lee acaso lo que escribo
y de cara a cara,
hace notar que necesito le mot juste.
Me había prometido no obsesionarme.
¿Qué puedo hacer,
antes de que caiga le mot juste? Mil,
cien mil trenes pitan,
y una corriente de miel fofa se descorre por dentro
y tira de esta silla.
Brotan unas flores en el patio.
Lucen tan inofensivas que no les creo.
Sus formas perfectas
¿acaso no llevan una pulsión sexual?,
¿no hay en esa exhibición gratuita un ofrecimiento,
un saber dispuesto?
El mundo va al alcance de los ojos y no del reconcomio.
La silla respeta mis insinuaciones,
sé feliz, me dice,
pero la felicidad siempre me pareció caricatura.
Sin embargo por allí va el mundo.
Por ratos, o lo que sea, se le ve pasar
en su resonancia.
Me mira.
¿Qué puede hacer
para la le mot juste,
si yo digo adiós desde donde siempre,
agachado?

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