Solo

Me quedo solo y otra vez el espejo es mío.
Tengo unos metros cuadrados tirados en el suelo,
acaso yo mismo voy fabricando medidas
y a esta parte sé lo que no sé.
Al espacio le duele la tristeza,
esa palabra que no dice con exactitud lo que vuelve.
Miro al espejo porque se me impone una necesidad de constancia.
Se la debo.
Voy por aire.
La tristeza tiene las manos abiertas,
los ojos semiocultos,
y la sangre le vibra.
Toma el aire y se lo lleva.
Parece que es normal que a nadie le interese un tipo triste.
A mí me importa.
Un tipo triste es un poeta.
Se mete en la tristeza sin lágrimas,
solo y sin aire,
viendo la emoción que tiende en una mariposa.
Siempre hay gente
que infiere de las mariposas.
Y las mariposas se dejan cazar, llenísimas de juicio.
Abro la boca.
Los dientes corroídos por la inanición,
dejan caer las mandíbulas.
Hay un estrépito y se asusta el espejo.
Así mismo.
Lo sé,
lo siento,
sé lo que estoy viendo.

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