Eta
















Al primer huracán que enfrentamos en Florida después que llegamos,

su nombre de guerrilla no le quita que haya tanta información

que yo me asome a ver qué pienso.

Veo la velocidad de los vientos, la posibilidad de lluvias,

que estamos en el foco, que por aquí pasa,

pero tanto porcentaje, mapas, pronósticos, historias vetan el aire: el color del cielo, las ramas de los árboles anuncian como nadie

las intenciones del viento.

Al atravesar el puente sobre el mar ya tenía la posibilidad de volar

con una ráfaga enfrente mío

para el beneplácito de una cámara de televisión local; así que voy

a esta hora de la madrugada y como si el ciclón tuviera voluntad,

no hay ni lluvia ni vientos.

Una atmósfera acariciada por las tentaciones,

en celo, sopesados sus ovarios cargados de hormonas

me deja oler el mar a mi lado, verde, como un cabezón enorme de cocodrilo,

agazapado, lujurioso, capaz del desborde que provoca.

Huele a hoy a este instante.

El mar budista de mi mirada me deja pasar por el asfalto

con una mueca de burla, casi de amenaza: la sombra que acecha

tiene la convicción de la venganza.

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