Sobreviviente
me acompaña a extrañar a los idos.
Los que llegan se diseminan por sus escondrijos
buscando guarida,
y casi nada puede exhibirse.
Estoy en el mar.
El sol retoza con una danza extraña que incorpora ojos y axilas a este espacio
y me acuesto a ver el desafío.
Me tiro sobre mí mismo, me incorporo, me arrodillo.
Soy un varón asumiendo al sol
y el sol me alumbra la cabeza después de haberse ocupado del tiempo
y la perfección de la carne.
Todo aquí tiene las señas del naufragio.
La cabeza es una mano que tiembla a compás: firme,
la mano es de un algodón firme,
y el cuello gira como un pollo en agonía.
Me paro a convertir mi onda en cristal.
Inmediatamente cae mi cuerpo: estoy solo.
Aquí todo tiene señas.
Le debo a mi padre su herencia inocente,
como la mano
le debe al sol
que la duerma en la orilla.
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