Matutino

Ir contra el desasosiego no se puede. 
Se levanta aquel con las dos manos sobre las orejas, mira el techo, 
mira al piso que no está ahí para mirarse; 
se baña y se perfuma el anhelo, pero hay un silencio eléctrico sacudiendo desde adentro, un eco mudo, 
fragmentos del mismo deseo disolviéndose.
La grisedad del día ayuda.
Se sale a respirar con e
l desasosiego. 
Un olor nauseabundo a pelo de gato mojado se desliza despacio desde lo desconocido.
No se conoce nada, si el aire está quieto, denso, aupándose a sí mismo,
o si las ramas se alistan al festín, o si en el costado un tremor que arde 
sube a suplantar el silencio y se disocia también,
como si el océano se lanzara a chapucear aguas que no suenan.
Los aviones parecen tener motores intermitentes, 
suspendidos de la nada por momentos,
y la llovizna es tan fina que parece dibujada a lápiz con punta afilada.
Todo va a parar a la distancia exacta 
entre el nacimiento curvo de los ojos
y el muro ahuecado del balcón por donde asoma ágil, una ardilla.

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