Entre sus detalles


















No hay enemigos en la franja que intenta realizarse 

en el medio de sus iguales.

Es una franja, acaso un espacio con más luz, recibiéndola con parsimonia,

con una modestia quieta, atolondradamente taciturna.

No hay que temerle.

La aprisionan los éteres de la vergüenza, los lados que se condensan entre sí

para disimular disoluciones.

La veremos destacar porque está hecha para el despertar del ojo,

pero también recibiremos su perfume amortiguado por la inercia soñada.

Sola, entre los colores que persisten en disminuirla,

sin más amparo que la intensidad de su energía, firme, desafía las sacudidas,

como si nada más importara su misión eterna: la luz de la lámpara

en lo alto del mástil.

No la escuchan.

Y otra vez es impenetrable la oscuridad.

Si unas estrellas diminutas penden airosas, no van a hacer más que ampliar lo oscuro.

Y si abajo resplandece, cualquier espacio habitado,

el cuadro general,

dejará vivir su propia madeja de puntos ciegos.

No la escuchan

y al quitar la luz, el universo de la profundidad tiene la imagen perfecta.

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