Destino
















La sola palabra parece grande, inconmensurable, desbaratada por la jerga brutal y fría.

El campo, aquella finca de mi edad, la ausencia de ilusiones en mis progenitores,

el aire incógnito de la casa sacando al niño sin juguetes,

y un camino con apariencia de ampuloso,

eran el destino.

Saber que puede que no se sepa nada.

Si un hombre es su propia estrella, habrá que ver cómo encuentra el carburado de sus cimientos,

dónde inicia el paso. 

Mi memoria se va a los 7 años

a otros niños y libros turbando el ánimo. Mirar

aquel camino de polvo y fango que debían dar las respuestas.

La tierra en cambio me dio una lomita, una colina donde alzarme a oler el aire

y saber de sus direcciones.

Debajo de un árbol de mango,

con un relato misteriosamente interesante entre mis manos, vi el primer asentadero

de la luz.

Y por cuenta propia, sin preguntar a nadie, di golpes a diestra y siniestra,

ciego de ira y placer, con las flores incrédulas y prisioneras;

y los búhos hecho guías inescrupulosos de la noche.

Con aquella luz luego de caminar,

me perdí.

Cada pisada fue milagrosa,

cada avance, inesperado. 

Logré construir los primeros dientes del león

y el primer contorno de la serpiente con los primeros átomos de la oscuridad.

Todos, se encargan ahora de ir delante,

y a mi lado, sobre mí; 

de negar el camino y poner atascos

para que mi pie no cuestione e imponga cortapisas.

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