Fractura de cadera


















La madre, como debe ser, es única. Nadie más puede parirlo a uno.

A ella le debemos el esfuerzo de estar aquí.

De ella absorbimos el líquido nupcial y la probabilidad de todas las indicaciones.

Somos por tanto la reproducción de sus instintos y si vamos por la vida 

es aguantados a los pedacitos de genes que aportó en la cópula.

Si sufre, su sufrimiento nos entra no sólo como propio 

sino exponenciado por el recuerdo celular

de cada uno de sus desvelos.

Se nos queda entonces un sentimiento de pertenencia, un ajuste de cuentas inacabable.

Si está alegre, desdeñamos la alegría, es lo que toca, lo que debe ser 

y hasta pica un poco la sensación de que hay algo injusto.

Pero si está triste, cada resuello nuestro es una réplica inconsciente de su tristeza.


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