¡Lila!

¡Lila! ¿No es muy pronto para un himno?. 
A tu voz de hilo trenzándose en la tierra, ¿cuántas veces hay que decirle Oaxaca?. 
Cuantas veces!.
Voy contigo por la calle hasta encontrar a la del maíz, y juntos tomar el mezcal sabiendo que sabe distinto contigo. 
Porque el mezcal entra adentro de la tierra y ya en la garganta uno sabe de dónde viene su gusto embriagante y canturolero.
¿Cuántas sangres te pueblan, divididas, esparcidas dentro tuyo? 
Tú siempre vas a beber a tu pueblo y tu sangre se reparte única, imposible de confundir. 
Lo sencillo es como la arenita azul y tú la metes en tu garganta tropelosa y cándida 
a que se goce en las flores que nacen en el pueblo.
Tambores, tantos tambores asustan, Lila,
Lila de las flores, porque en las flores encontraste la única similitud. 
Todavía siguen importando algunas cosas, todavía sigue importando alguna gente. 
Todavía hay gente que no posee nada, todavía están los que se levantan reclinados 
en la incomodidad de la injusticia.
Puede que los condenes con el aplauso hipócrita de la lentejuela, 
pero acompañas inocente a aquel sin colcha, 
los dos con el mismo frío, los dos al mismo calor de tu voz.
Lila la tierna, desembarazada de su encanto hormonal recorriendo las calles de su Oaxaca 
con un manto cubriéndole los hombros 
para que los hombres sepan de la mujer que conoce a todos los hombres. 
Mujer, mujer de mujeres, llorando en silencio con la desaparecida que le callan la boca 
y la deshonran, ¿no anduviste ya por los senderos torcidos?
¡Lila, ahí va tu pecho de siempre, tu frente de siempre, ¿acaso no más castiza, más indígena que nunca?.

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