El primer contacto












El primer contacto que tuve en mi vida con la pintura fue a través de pedazos de porcelana pintada en vajillas de la finca Las Minas.
Yo tendría cinco años. Me levantaba e iba a aquellas pequeñas muestras de museo. Pedacitos de un pie, cabezas de príncipes, zapaticos de una niña que prefería rosas en vez de cordones, lazos de espuma, pieles encarnadas y rizos de cabellos peinados de la forma más ingeniosa.
Los arroyuelos los tenían en sus orillas. Botados inmisericordemente a la basura. Mis Van Gogh mis Picasso, mis Goya diciendo que  existía otro mundo más allá del arado, de los bueyes, las vacas encerradas y los surcos del arroz.
Trozos de porcelana harapienta torciendo la idea de quimera en lo único que existía. Las Minas de tesoros pintados, tan diminutos como reales, historias interminables donde las tuzas secas, desmenuzadas, eran carretas, carruajes y animales paridos en posición de amamantamiento.

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