Tu rostro

Tu rostro puede ser inexpresivo, casi sin color, como si no pasara nada, pero los ojos van buscando lo que tienen que hacer de manera rápida, y una vez que se posan, ahí quedan un buen rato, aletargados en la meta. 
Por ratos tus ojos buscan algo en el aire, como un sustento fugaz y es tan rápido el movimiento que pareciera que nunca se separan de aquello a lo que están fijos.
La frente brillosa, ligeramente amplia, dejando que nazca bien atrás el pelo enroscado, negro no se sabe si por la naturalidad de los pigmentos. 
Tu boca siempre parece estar masticando.
Los labios apretados en una presión perenne sobre los carrillos que al final no hacen sino hacer creer que un pensamiento maligno está sobre las manos y que tras él se desviven los ojos en su peregrinaje estático y semicircular. 
La barbilla un tanto redonda, no tiene nada que ver con el cuello que parece sostener cualquier peso.
Tu postura en general anuncia que no quieres caer en ninguna trampa, 
que prefieres estirar los brazos creyendo que el portento en realidad llega de las manos, 
o de los dedos, con una longitud y una plenitud en sus formas que permiten el asidero.
Pero si sonríes, vuelve ese aire de fatuidad, de vacío.
Te sientas a hacer tus rutinas de ojos y las piernas, es claro, están listas para partir, 
desvanecidas bajo los brazos y el cuerpo mismo. 
Excepto el cuello, todos los ademanes se dirigen a ti. 
El cuello pareciera regentarlo todo. 
Saliendo por debajo de las mandíbulas se pierde entre las ropas que le cuelgan 
y es un cuello que dice a las claras que no hay vacío en vano.
Que las manos andan como tontas tras los ojos y que los ojos son realmente despojos 
de esa vena que nutre el cuello, y que todo, 
todo es una cuerda floja a donde van a parar los electos de un rostro queriendo decir algo.

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