Se empina

Se empina una línea blanca, finísima y tres niños negros huyen. 
Tiene la línea entrecortados sus caminos y a pesar de eso, se le ve llegar a las cimas de lo que pareciera ser un sueño negro elevado.
Las tribus de estos niños no parecen creer en el siglo. Sus mitos les doblan las caras y corren despavoridos por rutas de sed y mugre. 
Quedan tres horas. 
No le temen nada más que a los exabruptos del destino. Pueden morir en cada instante pero su carrera los hace huir hacia otra pradera donde la muerte la pintan con entusiasmo.
Brilla la línea con paredes y ranuras espantosas, cicatrices perladas, divisiones que hacen perder el conjunto en una sabana de blancos iridiscentes sobre el pozo inacabable del abismo.
Frente a los niños un plástico se afana en no derretirse a pesar del tiempo. 
Le han puesto una figura que puede enternecerlos. 
Y un cerrojo. 
Le han puesto una pantalla de mundo al plástico, gris, frágil, mortal.
Son tres horas, y más africanos sobreviven una masacre, 
y se desperdigan por los terraplenes. 
El tiempo ha fijado el término, el plástico se derrite casi sin que nadie lo perciba 
y los tres niños se abrazan.
Un helicóptero a lo lejos es un ruido.

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